El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Mark caminaba por el parque, sumido en sus pensamientos. De repente, una figura conocida apareció frente a él: Chase, el chico que había ocupado sus pensamientos día y noche desde hacía meses.
Chase lo miró fijamente con sus profundos ojos azules, una sonrisa pícara curvando sus labios. Mark sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, sin poder apartar la mirada de aquel joven que lo volvía loco.
Pero justo cuando Mark se disponía a hablar, Chase se dio la vuelta y empezó a correr, alejándose rápidamente entre los árboles del parque. Confundido, Mark lo siguió, con la adrenalina bombeando por sus venas. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Chase lo evitaba pero a la vez parecía buscar su atención?
Entre risas y carreras, ambos jóvenes se adentraron en un juego de persecución que iba más allá de lo físico, donde las emociones reprimidas salían a la superficie y los secretos que habían guardado celosamente empezaban a desvelarse. En medio de la carrera, Mark se dio cuenta de que Chase no era solo el chico de sus sueños, sino también el enigma que cambiaría su vida para siempre.