En medio de la oscuridad, la figura desgarrada de la amiga enferma del protagonista masculino yacía en la cama, su respiración entrecortada resonaba en la habitación. Yo, la sombra maligna que la poseía, contemplaba mi reflejo distorsionado en el espejo, con una sonrisa siniestra en los labios. Mi tiempo en este cuerpo era limitado, pero no podía resistir la tentación de jugar un poco más, de sembrar el caos en la vida de aquellos que se atrevían a acercarse a mí.
El protagonista masculino irrumpió en la habitación, con los ojos llenos de determinación y dolor. Sus palabras resonaron en mi mente retorcida, tratando de convencerme de abandonar mi influencia sobre su amiga. ¿Acaso no entendía que la corrupción ya había arraigado demasiado profundo en su ser querido? ¿Acaso no veía que era demasiado tarde para salvarla?
Pero algo inesperado sucedió. En medio de mis planes retorcidos y mi deseo de caos, el buen protagonista masculino sucumbió a la oscuridad que emanaba de mi ser. Su mirada se volvió fría, sus acciones se tornaron crueles y sus palabras se convirtieron en cuchillos afilados que cortaban todo a su paso. ¿Acaso mi maldad había sido tan poderosa como para corromper incluso al más puro de los corazones?
Mientras observaba la transformación del protagonista, un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Acaso la culpa de sus acciones recaía sobre mis hombros? ¿O simplemente estaba destinado a revelar la oscuridad que yacía en lo más profundo de su ser? En medio de la confusión y el remordimiento, una certeza se abrió paso en mi mente: la línea entre el bien y el mal era más delgada de lo que jamás hubiera imaginado. Y ahora, junto al corrupto protagonista masculino, me adentraba en un nuevo capítulo de caos y redención.