En lo más alto de la Torre, el último caminante se enfrentaba a una encrucijada. Ante él brillaba la misteriosa "Piedra de la Regresión", la cual ofrecía la tentadora posibilidad de cambiar el pasado a expensas del futuro. Sus compañeros, uno a uno, habían sucumbido a la llamada de la piedra y habían desaparecido en destellos de luz, buscando una segunda oportunidad en un mundo ya desmoronado.
Pero él, en lo más profundo de su ser, sabía que no podía seguir ese camino. Había visto demasiado, había aprendido demasiado en su ascenso por las plantas de la Torre. Entendía que la verdadera esperanza de la humanidad no residía en reescribir el pasado, sino en construir un futuro desde las cenizas del presente.
Con paso firme, el último caminante se alejó de la piedra, en dirección a la planta 100. Sabía que su tarea no había terminado, que aún quedaba un desafío final por enfrentar. No podía permitirse caer en la desesperación, debía mantener viva la llama de la resistencia en un mundo que se desmoronaba a su alrededor.
Así, con determinación en los ojos y el eco de sus compañeros desaparecidos resonando en su mente, el último caminante se adentró en la planta 100, listo para enfrentar su destino y convertirse en la última esperanza de la humanidad: "Carpe Diem".