Bajo la luz plateada de la luna llena, el rey Erus Carus Cordis se adentró en la oscura y helada cámara subterránea donde yacía sellado Nahash, el dios serpiente sediento de sangre real. El último de su linaje, Erus sentía el peso de los mil años de secretos y condenas sobre sus hombros, sabiendo que la única forma de mantener a raya al malvado Nahash era alimentando su hambre con su propio cuerpo. Pero esta vez, algo era diferente. En lugar de la fría indiferencia habitual en los ojos del dios encadenado, Erus vio un destello de algo prohibido, algo humano.
Con el corazón latiéndole en el pecho, Erus se acercó lentamente a Nahash, sintiendo la mirada penetrante del dios serpiente sobre él. En un susurro apenas audible, Nahash habló por primera vez en siglos, su voz envuelta en un eco siniestro y seductor. "Tu destino está entrelazado con el mío, rey Erus. Solo juntos podremos evitar la catástrofe que se avecina".
Confundido y cautivado por la presencia de Nahash, Erus supo que ya no podía enfrentar esta batalla solo. En ese momento de vulnerabilidad, una sombra se materializó a su lado, revelando la figura imponente de un misterioso caballero con ojos de fuego y sonrisa maliciosa.
"Yo puedo ayudarte, majestad", dijo el caballero con voz suave pero cargada de promesas oscuras. "Pero mis servicios tienen un precio. Un precio que solo tú puedes pagar". Con un gesto elegante, el caballero se arrodilló frente a Erus, sus ojos brillando con un deseo prohibido y un misterio seductor.
En ese instante, Erus supo que su destino había tomado un giro inesperado, donde la línea entre el bien y el mal se desvanecía y su única salvación residía en las sombras mismas que temía. Con el caballero a su lado y Nahash observándolos con interés, el rey se preparó para una batalla que iba más allá de lo sobrenatural, una batalla que pondría a prueba no solo su fuerza, sino también su corazón y su alma.