El vastago emergió de entre las sombras, su presencia volvió a sacudir tanto el cielo como el infierno. Los ángeles se estremecieron ante su retorno, recordando con temor el día en que Lucifer cayó a la tierra. Los demonios, por otro lado, celebraron con júbilo la vuelta de su maestro oscuro.
Nadie podía explicar cómo había regresado, ni por qué. La figura enigmática se movía con gracia a través de los distintos planos, dejando a su paso un rastro de caos y confusión. Algunos susurraban que portaba un nuevo poder, otros temían que su regreso marcaría el inicio de una guerra sin precedentes entre el bien y el mal.
Los seres divinos estaban divididos entre la curiosidad y el miedo. Todos sabían que algo grande se avecinaba, algo que cambiaría el curso de la eternidad. ¿Sería El vastago un salvador o un destructor? ¿Traería consigo la redención o la perdición?
Mientras tanto, en lo más profundo de su ser, El vastago guardaba secretos insondables y un propósito que desafiaría a los mismos dioses. Su mirada fría y penetrante revelaba una determinación feroz, una sed de poder que amenazaba con consumirlo todo a su paso.