En un giro inesperado de los acontecimientos, Lia se encontró cara a cara con el Duque Edgar en medio de una espesa neblina en el bosque. Sus espadas chocaban una y otra vez, creando destellos de acero en el oscuro crepúsculo. Entre golpe y golpe, Lia no podía evitar notar la mirada intensa y decidida del duque, una mirada que guardaba secretos insondables.
A medida que la batalla llegaba a su punto culminante, un momento de pausa accidental permitió a Lia ver más allá de la fachada fría y distante de su enemigo. En sus ojos, encontró una mezcla de determinación y dolor, de responsabilidades pesadas y sueños rotos. Y en ese instante, una chispa de comprensión nació en su interior, desafiando todas sus creencias y prejuicios.
¿Cómo podía ser que el hombre al que había jurado enfrentarse se convirtiera en un enigma tan intrigante? Con cada interacción, Lia descubría capas ocultas en el duque, capas que desafiaban la simple etiqueta de "enemigo". Y a medida que el conflicto entre sus reinos se intensificaba, un dilema más difícil que la propia batalla se abría paso en el corazón de Lia: ¿podría estar enamorándose de su enemigo?
El destino los había colocado en bandos opuestos, pero el amor, como un brote frágil en medio de la guerra, comenzaba a florecer entre ellos, desafiando todas las normas y expectativas. Y en ese preciso momento, Lia supo que las decisiones que tomaría a partir de entonces cambiarían el curso de la historia para siempre.