Cuando Lisbel Benedein invocó al íncubo Robernia para controlar los sueños de Kenden, no esperaba que algo inesperado sucediera. El íncubo, con su astucia y encanto, logró introducirse en los sueños del joven paladín de manera inusual. En lugar de sembrar odio y rivalidad, como se suponía, Kenden comenzó a mostrar una dulzura y amabilidad que desconcertaban a Lisbel.
Poco a poco, los límites entre el odio y el amor empezaron a difuminarse en el corazón de Lisbel. Se encontraba en una encrucijada, entre cumplir con su deber y dejarse llevar por los sentimientos que surgían en su interior. Mientras tanto, Kenden, ajeno a la manipulación de los sueños, despertaba en Lisbel emociones que nunca antes había experimentado.
El conflicto interno de Lisbel se intensificaba a medida que descubría que quizás, detrás de la fachada del odio y la rivalidad, se escondía un profundo afecto por Kenden. ¿Podría unir sus orígenes demoníacos con su deber de paladín y permitirse amar a quien se suponía debía odiar?
En Deravilael, la Academia de Paladines Templarios, se gestaba un romance prohibido entre dos almas destinadas a pertenecer a lados opuestos. Y en esa frontera entre el odio y el amor, Lisbel y Kenden se encontraban atrapados, luchando contra sus propios sentimientos y las expectativas de un mundo que no entendía de matices.