Con el corazón lleno de oscuridad y sed de venganza, Raúl se levantó de entre los muertos, imbuido con el poder de las tinieblas. Sus ojos brillaban con un odio indomable mientras juraba castigar a aquellos que lo habían traicionado. Con paso firme y determinado, avanzó hacia la capital imperial, donde las flores florecían exuberantes, preludio de la tragedia que estaba por desatarse. Las sombras danzaban a su alrededor, sofocando la luz del día y envolviéndolo en un manto siniestro de justicia retorcida. Raúl no era ya el héroe benevolente que una vez fue, ahora era un ser despiadado sediento de sangre, listo para desencadenar un infierno en la tierra. Los traidores temblarían ante su ira, y él se aseguraría de que cada gota de sufrimiento fuera pagada con creces. El desfile hacia la venganza estaba por comenzar, y Raúl lideraría la marcha con ferocidad y determinación, listo para llevar a cabo su sangriento destino.