El sol se ponía detrás de los altos edificios de la ciudad, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados, creando un ambiente íntimo y cálido. Ikari se encontraba de pie frente a la estatua de mármol en el parque, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Samejima se acercaba lentamente, sus ojos serios e intensos parecían atravesarla.
- Samejima-kun... -murmuró Ikari, sintiendo el nudo en la garganta.
Los rumores en la escuela no habían hecho más que aumentar, pero Ikari había decidido ignorarlos. Su amor por Samejima era puro y sincero, estaba dispuesta a luchar por él, a demostrarle que juntos podían superarlo todo.
Samejima la miró fijamente, sus manos manchadas de pintura, su alma atormentada por sus propios demonios. Ikari sabía que detrás de esa fachada seria y distante se escondía un corazón apasionado, un alma artística que anhelaba ser liberada.
- ¿Qué harás, Ikari? -preguntó Samejima en un susurro, sus ojos buscando los de ella.
Ikari sonrió con determinación, sintiendo la fuerza de su amor ardiendo en su pecho.
- Haré lo imposible, Samejima-kun. Haré que este amor funcione, no importan los obstáculos que se interpongan en nuestro camino. Juntos, encontraremos la manera de ser felices -declaró Ikari con valentía.
El viento susurró entre los árboles, como si estuviera de acuerdo con la decisión de Ikari. En ese momento, en medio del parque bañado por la luz dorada del atardecer, Ikari y Samejima se prometieron luchar juntos, sin importar lo que el destino les tuviera preparado.