En un atardecer bañado por el resplandor dorado del sol, Hinowa se paró en lo alto de una colina, con la mirada fija en el horizonte donde se alzaban las torres de la ciudad en llamas. El rugido de la batalla resonaba en sus oídos, mezclado con los lamentos de los caídos y el choque metálico de las espadas.
Sus ojos brillaban con determinación mientras desenvainaba su espada, la luz del sol reflejándose en el acero afilado. Hinowa había sido una pescadora humilde, pero ahora se erguía como una guerrera imparable, lista para desafiar a todo un imperio con el único objetivo de poner fin a la interminable guerra civil que asolaba su tierra natal.
Cada paso que daba resonaba como un trueno en el suelo tembloroso, su cabello al viento agitándose como una bandera de guerra. Los soldados enemigos la miraban con temor, sabiendo que no era solo una mujer de cabellos negros como el azabache, era la encarnación misma del destino, la portadora de cambio y el principio del fin de una era de caos.
Con cada movimiento elegante y letal, Hinowa cortaba a través de sus enemigos con una gracia mortal, su rostro sereno pero sus ojos ardientes con una determinación feroz. En ese momento, en medio del fragor de la batalla, Hinowa se convirtió en leyenda, en el símbolo de esperanza para aquellos que habían perdido toda fe en un mañana mejor. Su legado apenas comenzaba, pero su nombre resonaría por generaciones, grabado en la historia como la mujer que desafió al destino y cambió el curso de un imperio moribundo. Hinowa, la pescadora convertida en guerrera, la guerrera convertida en mito.