Bajo el cielo gris de la ciudad, Ana se encontraba arrinconada en un callejón oscuro, rodeada por los matones de la escuela. Su rostro, generalmente sereno, reflejaba ahora una mezcla de miedo y determinación. Justo cuando parecía que la situación se pondría más tensa, una figura misteriosa emergió de las sombras, poniéndose delante de Ana con una actitud desafiante.
Era Martín, un chico enigmático conocido por su habilidad para resolver problemas de la manera menos convencional. Sin decir una palabra, se enfrentó a los matones con una mirada fría y decidida. Lo que sucedió a continuación dejó a todos atónitos: Martín desafió al líder de los matones a un juego de ingenio, apostando algo que nadie esperaba.
La apuesta era simple pero arriesgada: si Martín ganaba, los matones nunca más molestarían a Ana. Pero si perdía, estaría obligado a cumplir una tarea imposible. Con el corazón en un puño, Ana observaba la tensa competencia, sin saber que este encuentro cambiaría no solo su destino, sino también el de todos los que los rodeaban.