Bajo el cálido sol del mediodía, Shouko observaba con satisfacción cómo las hierbas que había cultivado durante meses finalmente florecían con esplendor. Su sonrisa se desvaneció cuando escuchó un rugido escalofriante en la distancia. Se dio la vuelta para encontrarse con un dragón negro, sus ojos brillando con malicia. Antes de que pudiera reaccionar, el dragón lanzó un aliento de fuego abrasador en su dirección. En el último momento, Falco, el cazador que la había cuidado desde su reencarnación, saltó frente a ella, desviando el ataque con su escudo. Shouko sintió una mezcla de miedo y gratitud mientras observaba a Falco prepararse para el combate.
Mientras luchaban contra el formidable enemigo, Shouko comenzó a entender la verdadera naturaleza del poder de curación que la diosa le había concedido. No se trataba solo de sanar heridas físicas, sino también de fortalecer el espíritu y la determinación de aquellos a su alrededor. Con cada palabra de ánimo que le ofrecía a Falco y cada hierba curativa que le pasaba, Shouko descubría una fuerza interior que nunca supo que poseía.
Finalmente, con un último esfuerzo conjunto, Shouko y Falco lograron derrotar al dragón. Mientras observaba al majestuoso animal caer, Shouko se dio cuenta de que su destino en este mundo no era solo curar cuerpos, sino también salvar almas. Con una determinación renovada, se dio cuenta de que, con Falco a su lado, serían capaces de enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.