En el último año de secundaria, Marina se encontraba emocionada por participar en el campamento de Navidad con su amor platónico, Lucas. La tensión entre ellos era palpable, especialmente porque Lucas era un experto en karate, mientras que Marina apenas sabía defenderse. A medida que pasaban los días, la rivalidad entre ellos crecía, y las peleas bajo el mismo techo se volvían más intensas.
Sin embargo, detrás de esa fachada de competitividad, se escondían verdaderas emociones. Lucas, a pesar de su actitud ruda, guardaba un secreto profundo que lo atormentaba, mientras que Marina, con su aparente fragilidad, ocultaba una determinación férrea. En una noche estrellada, ambos se encontraron solos en el bosque, enfrentando sus miedos y revelando sus vulnerabilidades.
La lucha por el dominio en el tatami se convirtió en una lucha interna por aceptarse a sí mismos y a los demás. Entre golpes y bloqueos, surgía una complicidad inesperada, una conexión que iba más allá de las apariencias. Y así, en medio de patadas giratorias y abrazos inesperados, Marina y Lucas descubrieron que, a veces, para encontrar el verdadero amor, primero debes aprender a amarte a ti mismo.