Bajo el oscuro cielo lleno de nubes de tormenta, Zuikaku se paró en la cubierta de su portaaviones, mirando fijamente hacia el horizonte donde se erguían las siluetas amenazantes de la Flota Abisal. Su corazón latía con fuerza, recordando los horrores de la guerra pasada y la promesa que había hecho de proteger a la humanidad. Con la determinación ardiente en sus ojos, se volvió hacia su hermana Shoukaku, cuyos ojos reflejaban la misma determinación y valentía. Juntas, como una fuerza imparable, se prepararon para la batalla que decidiría el destino de este mundo en el que habían renacido.
El Almirante observaba desde la distancia, con una mezcla de orgullo y preocupación por las jóvenes guerreras que se enfrentaban a un enemigo tan formidable. Sabía que su papel era crucial en esta guerra, guiando a las Kanmusus hacia la victoria con su estrategia y determinación. Mientras el viento soplaba con furia a su alrededor, el destino de Zuikaku y sus compañeras pendía de un hilo, un hilo tan frágil como la esperanza que los impulsaba a luchar contra la oscuridad que amenazaba con consumirlo todo.