Bajo la luz dorada del atardecer, Akaneya caminaba por el sendero bordeado de sakuras en busca de respuestas. Estaba atascado en el guion de su nueva obra, incapaz de encontrar el camino que llevara a sus personajes al amor verdadero. Su mente inquieta lo llevó hacia un manantial ancestral, donde el susurro del agua parecía prometer secretos antiguos. Fue allí donde sus ojos se cruzaron con los de un hombre ciego, cuya sonrisa parecía desentrañar misterios sin palabras. Takehisa, el masajista ciego, despertó algo en lo más profundo de Akaneya; una mezcla de emoción y miedo, de anhelo y duda.
Pero la vida siempre guarda sorpresas, y en ese momento de encuentro, un pequeño perro de pelaje blanco se acercó tambaleándose, con los ojos llenos de tristeza. Yuuzou, el perro abandonado, se convirtió en un vínculo inesperado entre Akaneya y Takehisa, un lazo que comenzaba a tejerse entre silencios compartidos y caricias mudas.
En medio de esa amalgama de emociones, Akaneya se enfrentaba a su propio dilema: ¿cómo escribir sobre un amor que trasciende las barreras de lo visible? Con cada latido de su corazón, con cada suspiro compartido, la respuesta parecía desplegarse ante él como pétalos de sakura llevados por el viento. En ese rincón perdido del mundo, donde el sonido del agua se mezclaba con el latir de tres corazones, la magia del amor comenzaba a cobrar vida.