Bajo el sol implacable del desierto, se erigía un castillo de piedra antigua donde yacía un hombre mutilado por la guerra que se avecinaba en las sombras de su memoria. La Oruga, así le llamaban los lugareños al soldado condecorado con medallas de honor, cuya valentía en el campo de batalla había sido su perdición. A su lado, una mujer de ojos cansados y alma destrozada, su esposa, se desvanecía lentamente en el abismo de su propia cordura.
Ella, una vez abnegada y amorosa, se vio transformada en una enfermera a tiempo completo, lidiando con las secuelas físicas y mentales del hombre que alguna vez amó. La guerra no solo le arrebató sus piernas, también devoró su sonrisa, convirtiéndolo en un ser irreconocible. La tensión y el estrés la consumían, hasta que un día, la sombra de la locura la envolvió por completo.
La mujer, atormentada por la culpa y la desesperación, se adentró en la oscuridad que habitaba en lo más profundo de su ser. Se convirtió en una arpía lasciva y torturadora, sedienta de venganza contra el destino que les había arrebatado la felicidad. La tragedia se cernía sobre el castillo, donde dos almas rotas luchaban por encontrar la redención en medio de la desolación.
La Oruga y su esposa, atrapados en un ciclo de sufrimiento y desesperanza, se enfrentaban a un destino incierto, donde la línea entre la cordura y la locura se desdibujaba cada día más, en una danza macabra de dolor y redención.