En la penumbra del sótano, Giselle contemplaba con fascinación al misterioso niño de extraña belleza que yacía inmóvil en el rincón más oscuro. Cada noche, en secreto, se deslizaba escaleras abajo para llevarle un cuenco de sangre tibia, sin comprender completamente la razón detrás de ese ritual prohibido. La presencia del niño despertaba algo en lo más profundo de su ser, algo oscuro y seductor que la llenaba de un anhelo desconocido.
Mientras tanto, en la mansión, la figura del vampiro conocido como "Una flor crece a través de la sangre" acechaba en las sombras, observando cada paso de Giselle con ojos ardientes y hambrientos. Había algo en ella que le intrigaba, algo que lo incitaba a desafiar las reglas no escritas que regían su mundo.
Entre encuentros furtivos y miradas cargadas de deseo, Giselle se veía atrapada en una telaraña de secretos y peligros, luchando por descubrir la verdad detrás de la maldición que la había unido al niño y al vampiro. En su corazón se libraba una batalla entre la lealtad a su esposo opresor y la atracción irresistible que sentía hacia lo desconocido y prohibido.
La oscuridad de la noche ocultaba más que sombras en la mansión de los Nathan, mientras los hilos del destino se entretejían en una danza siniestra que amenazaba con desvelar los más oscuros deseos y secretos de aquellos que se atrevían a desafiar al destino.