Bajo la luz de la luna, Hae-seo y Tae-geon se encontraron nuevamente en la playa, con el sonido de las olas rompiendo de fondo. Tae-geon miró a Hae-seo con ojos llenos de dolor y reveló su secreto más oscuro: su verdadera identidad de sireno. La revelación dejó a Hae-seo atónito, incapaz de comprender la magnitud de lo que acababa de descubrir.
A medida que pasaban los días, Tae-geon se volvía cada vez más posesivo, su obsesión por Hae-seo creciendo en intensidad. Las advertencias de sus amigos caían en oídos sordos, ya que Tae-geon estaba decidido a retener a Hae-seo a su lado, cueste lo que cueste. La línea entre el amor y la obsesión se desdibujaba peligrosamente, y Hae-seo se encontraba atrapado en medio de un torbellino de emociones conflictivas.
Hae-seo, luchando con sus propios sentimientos de culpa y miedo, se preguntaba si alguna vez podría liberarse de la influencia de Tae-geon. Cada gesto de cariño se veía ahora empañado por la sombra de la duda, y Hae-seo se sentía atrapado en un cuento de hadas retorcido que amenazaba con consumirlo por completo. Mientras la maldición se hacía cada vez más evidente, Hae-seo se vio obligado a enfrentar la verdad: el amor entre ellos quizás nunca podría ser verdadero.