En un tren abarrotado, con la gente apretujada como sardinas enlatadas, Marina se encontró de pie justo detrás de una chica. Su piel era suave como la seda, su cabello negro como la noche y sus ojos, profundos como el océano. Marina no podía apartar la mirada, pero la multitud no le daba espacio para más.
De repente, el tren dio un frenazo brusco que lanzó a Marina directamente hacia la misteriosa chica. Sus cuerpos chocaron, creando un instante de intimidad dentro del caos. Marina sintió la piel de la chica bajo sus manos, su aroma a lavanda invadiendo sus sentidos.
—¡Lo siento mucho! —balbuceó Marina, apartándose apresuradamente.
Pero la chica la detuvo con una suave mano en su brazo. Sus ojos se encontraron, chispeando con una emoción inexplicable. Y en ese preciso momento, en medio del tumulto del tren, nació una conexión intensa y mágica entre ellas. Un comienzo inesperado, un destino entrelazado por el hilo de la casualidad.