Bajo el brillo de las luces de neon, Daikichi se encontraba sentado en la primera fila del pequeño gimnasio local, observando con asombro a Leona en el cuadrilátero. Su agilidad y fuerza eran impresionantes, pero lo que realmente llamaba la atención de Daikichi era la determinación en sus ojos. Leona luchaba no solo por el título, sino por demostrarle al mundo que era capaz de superar cualquier obstáculo.
Mientras la multitud enloquecía con cada movimiento de Leona, Daikichi recordaba el día en que la conoció. Una chica aparentemente fría y distante, con un sueño tan grande como el universo. Pero a medida que pasaban los días, Daikichi descubrió las grietas en su armadura de acero. La dulzura escondida detrás de su actitud fiera, la vulnerabilidad que intentaba ocultar bajo su fuerza bruta.
Y justo cuando Daikichi pensaba que conocía a Leona por completo, las otras dos hermanas entraron en escena. Dos mujeres tan diferentes entre sí, pero igual de cautivadoras. Con cada encuentro, Daikichi se encontraba más enredado en un torbellino de emociones contradictorias. ¿Podría su corazón soportar el peso de los secretos que las tres hermanas guardaban celosamente?
Mientras Leona lanzaba a su oponente fuera del ring con un estruendoso golpe final, Daikichi sintió que su mundo se tambaleaba. El ring no era solo un lugar de lucha, era el escenario de sus propias batallas internas. Y en medio de la confusión y el caos, una verdad dolorosa comenzó a brillar con fuerza: a veces, el verdadero desafío no está en derrotar al enemigo, sino en enfrentar nuestros propios miedos y deseos más profundos.