Cada mirada condescendiente, cada susurro de desprecio, cada gesto de desdén, alimentaba el fuego en el corazón de la Emperatriz renacida. Lejos quedaban los días en que aceptaba pasivamente su destino como un mero personaje secundario en la cruel novela de Rofan. Ahora, con la determinación inquebrantable de cambiar su historia, planeaba su venganza con maestría.
La Emperatriz no se conformaría con ser expulsada del trono y condenada a una muerte sin amor. No, ella trazaría un camino de destrucción para hacer que su esposo, el tirano que una vez la despreció, quisiera divorciarse de ella. Destruiría tesoros nacionales, humillaría a nobles en público, derrocharía lujos obscenos y acosaría a su esposo con artimañas ingeniosas.
Pero lo que nadie esperaba era la astucia oculta detrás de la apariencia dolida de la Emperatriz. Cada acción, cada elección, estaba cuidadosamente calculada para llevar a cabo su plan maestro. Mientras la intriga y el peligro se entretejían en la corte, los cimientos del poder temblaban y los corazones se veían arrastrados por un torbellino de pasión y traición.
La Emperatriz no sería más un personaje secundario en su propia historia. Con cada movimiento astuto, revelaba capas profundas de su ser, demostrando que detrás de su aparente fragilidad se escondía una fuerza imparable, lista para desafiar al destino y reclamar su derecho al amor y la libertad.