En un rincón remoto de la zona nevada, Longinus se encontraba de pie, observando fijamente la figura del fugitivo que había logrado capturar. La brisa helada acariciaba su rostro, mientras que en su interior se desataba una tormenta de emociones y pensamientos.
Ceasar, su compañero y mentor, se acercó con paso firme hacia él. "Bien hecho, Longinus. Has demostrado ser un excelente guerrero una vez más", felicitó Ceasar, con una mirada de orgullo en sus ojos. Sin embargo, Longinus desvió la mirada con gesto sombrío, sus pensamientos divagando en direcciones oscuras y peligrosas.
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. En ese momento de calma, Longinus sintió la necesidad abrumadora de confesar sus verdaderos deseos y motivaciones. Un nudo se formó en su garganta, pero finalmente, con voz temblorosa, rompió el silencio. "Ceasar, mi lealtad hacia este país y su emperador se desvanece cada día. Mi deseo más profundo es acabar con él y liberar a nuestra nación de su tiranía", reveló Longinus con determinación.
Ceasar abrió los ojos con sorpresa, evaluando las palabras de su discípulo con seriedad. Las consecuencias de esos pensamientos rebeldes resonaron en el aire helado, creando un ambiente tenso y cargado de conflicto. Los destinos de Longinus y Ceasar ahora estaban entrelazados en una danza peligrosa de lealtad y traición, donde cada movimiento podía cambiar el curso de la historia para siempre.