La tarde caía sobre la mansión de Woojoo, sumiéndola en una penumbra misteriosa. Con paso lento y desganado, el joven cruzó el umbral de su casa, esperando encontrar la habitual soledad que reinaba en su habitación. Sin embargo, al girar la esquina, se detuvo abruptamente al ver a un desconocido recostado en su cama, ojeando un libro con aire despreocupado.
—¿Y tú quién demonios eres? —exclamó Woojoo, sintiendo una mezcla de incredulidad y furia burbujeando en su pecho.
El extraño levantó la mirada, revelando unos ojos azules tan cristalinos como el agua de un arroyo de montaña. Una sonrisa ladina se dibujó en sus labios antes de contestar con calma:
—Soy tu prometido, Woojoo.
El corazón del joven dio un brinco en su pecho, mientras intentaba procesar la información. ¿Cómo era posible que sus padres hubieran arreglado un compromiso sin siquiera consultarlo? Y además, ¿con un príncipe heterosexual?
Entre susurros de protesta y miradas desafiantes, Woojoo y su inesperado prometido iniciaron una convivencia llena de conflictos, risas y descubrimientos inesperados. Mientras la luna iluminaba sus noches de confidencias y secretos compartidos, ambos jóvenes aprenderían que el destino podía tener caprichos tan sorprendentes como el amor que comenzaba a florecer entre ellos.