Bajo la luz de la luna, el samurái observaba a su esposa en silencio mientras ella intentaba, una vez más, forzar una sonrisa en su rostro. Sus ojos, normalmente brillantes y cálidos, reflejaban ahora una tristeza profunda que él no podía ignorar. Intrigado y preocupado, decidió confrontarla esa misma noche.
"Mi amor, ¿qué te aflige tanto como para ocultarlo tras esa sonrisa fingida?", preguntó con delicadeza, acercándose a ella con paso lento y sereno.
Ella bajó la mirada, incapaz de sostener su intensa mirada. Finalmente, entre sollozos, confesó: "Me siento atrapada, como si mi verdadero yo estuviera encerrado en una jaula que solo tu presencia puede abrir".
El samurái, sorprendido por sus palabras, la rodeó con ternura y le susurró al oído: "No temas, juntos encontraremos la llave para liberar a esa mujer valiente y auténtica que tanto anhelo ver brillar. Estoy aquí para ti, siempre".
Con un abrazo reconfortante, sellaron su promesa de apoyarse mutuamente en medio de la adversidad, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino hacia la felicidad verdadera.