Bajo el manto de la noche eterna, Zeo se deslizaba entre las sombras de la ciudad opresiva, donde los nobles dictaban sus caprichos con puño de hierro. Los susurros de rebelión resonaban en su mente mientras contemplaba las siluetas de los imponentes robots guerreros que patrullaban las calles, símbolos de la opresión que asfixiaba a los plebeyos.
El destello frío de la luna iluminaba su rostro determinado; sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y desesperación. Zeo sabía que la libertad tenía un alto precio, que cada paso hacia la rebelión estaba pavimentado con sacrificio y sangre derramada. Pero él estaba dispuesto a pagar ese precio, dispuesto a desafiar el orden establecido y luchar por un mañana donde la justicia reinara sobre la injusticia.
Con un movimiento ágil, Zeo se deslizó por un callejón oscuro, esquivando las miradas inquisitivas de los robots vigilantes. Su mano mecánica, fría como el acero, se cerró en un puño tenso, recordándole el precio de su valentía: la pérdida de su mano original, arrancada por los sicarios de los nobles en un intento de silenciar su voz.
Pero esa mano de metal, su "Minus Hand", era ahora su símbolo de resistencia, su arma para derrocar a los opresores. Con paso firme y determinado, Zeo se adentró en la oscuridad, listo para desatar la tormenta que barrería con la injusticia y devolvería la esperanza a los corazones oprimidos. El reloj del destino estaba en marcha, y Zeo estaba listo para desafiar su sino con coraje y determinación.