El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la habitación de Haruka, pintando un halo dorado alrededor de su silueta encorvada sobre la mesa. Sus manos temblaban mientras trataba de contener el torrente de lágrimas que amenazaba con desbordarse. La cruel realidad de la intimidación en su nueva escuela se había vuelto insoportable, un veneno que no dejaba de corroer su alma día tras día.
Sus padres, en su afán de darle una vida mejor, ignoraban los signos evidentes de su sufrimiento. Los gritos, los empujones, las risas burlonas resonaban en su mente como un eco interminable. A pesar de su valentía, Haruka se sentía cada vez más atrapada en una telaraña de angustia y desesperación.
Pero lo que nadie sabía era que, en lo más profundo de su ser, algo se estaba gestando. Un plan macabro que había nacido de la oscuridad de su corazón herido. Los días de ser la víctima habían terminado. Ahora, era el turno de los acosadores de temer, de lamentar haber despertado a la bestia que yacía dormida en lo más recóndito de su ser.
Y así, entre sombras de venganza y lamentos perdidos, se fraguaba una tragedia que sacudiría los cimientos de aquel tranquilo pueblo, llevando consigo la marca imborrable de Misu Misou.