El sol se ponía sobre el Reino de Elion, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados, pero para Philia, la sacerdotisa con el don de leer mentes, la oscuridad parecía cernirse sobre todo. El sumo sacerdote le encomendó una misión: detener la rebelión del príncipe Leo Elion, un hombre que alguna vez fue un joven prometedor y ahora se había convertido en un sinvergüenza sediento de poder.
Philia se adentró en el castillo, decidida a cumplir con su deber a pesar de los murmullos de desconfianza que la rodeaban. Encontró a Leo en la sala del trono, rodeado de seguidores leales que anhelaban la guerra. Con valentía, se acercó a él y sus ojos se encontraron en un choque de voluntades.
"Detén esto, Leo", susurró Philia, sintiendo el peso de la profecía sobre sus hombros. Pero Leo solo se rió, un brillo desafiante en sus ojos verdes.
"¿Y quién eres tú para venir a dictar mi destino, pequeña sacerdotisa?"
La joven lo miró fijamente, desafiante. "Soy Philia, la que ve a través de tus pensamientos. Y sé que en lo más profundo de tu corazón, todavía queda algo de aquel príncipe honorable que una vez fuiste. ¡Detén esta locura antes de que sea demasiado tarde!"
El príncipe la observó en silencio, luchando consigo mismo en una batalla interna. Finalmente, con un suspiro, asintió, la llama de la redención brillando en sus ojos.
La profecía no se cumpliría si Philia y Leo podían unir sus fuerzas y restaurar la paz en el Reino de Elion.