Título: Jugando a la casita
En una calurosa tarde de verano, dos niñas pequeñas de cabello negro y ojos brillantes se sentaron juntas en un rincón del parque del vecindario. Mientras jugaban con muñecas de trapo y casitas de plástico, una de ellas, Laura, miró a su amiga Ana con una sonrisa tímida.
- ¿Sabes qué, Ana? - dijo Laura, con un brillo de determinación en sus ojos inocentes. - Cuando seamos mayores, nos casaremos.
Ana levantó la vista sorprendida, sintiendo cómo el rubor le subía a las mejillas. Intrigada por la propuesta atrevida de su amiga, asintió tímidamente. A partir de ese momento, un pacto secreto se selló entre las dos niñas, prometiéndose mutuamente una vida juntas cuando fueran adultas.
Los años pasaron y, a medida que crecían, el lazo que las unía se fortalecía con cada sonrisa compartida, cada secreto susurrado y cada mirada cómplice. Sin embargo, a medida que se acercaban a la edad adulta, los sentimientos que surgían entre Laura y Ana iban más allá de una simple amistad de la infancia.
Un día, mientras paseaban por el parque donde se habían prometido amor eterno tantos años atrás, Laura tomó la mano de Ana y, con los ojos brillando con emoción, le preguntó en un susurro:
- ¿Y si hacemos realidad nuestra promesa de la infancia? ¿Y si jugamos a la casita para siempre?
El corazón de Ana latía con fuerza en su pecho, emocionada y nerviosa ante la idea de dar un paso más allá en su relación con Laura. Con una mezcla de miedo y valentía, se giró hacia su amiga, encontrando en sus ojos el mismo deseo y la misma pasión que ardía en su interior.
Y así, en medio del parque donde habían forjado su amor desde la inocencia, Laura y Ana sellaron un nuevo pacto, esta vez no como niñas jugando a la casita, sino como dos mujeres enamoradas dispuestas a construir juntas su propio hogar, donde el amor floreciera eternamente.