Rui miró fijamente a Saeki, cuyo semblante estaba marcado por la tristeza y el desamor. La lluvia golpeaba con fuerza en el tejado de la taberna, creando una atmósfera melancólica que reflejaba el estado de ánimo del joven. Sin dudarlo, Rui se acercó y lo rodeó con sus brazos, sintiendo el frío temblor que recorría el cuerpo de Saeki.
—No estás solo, Saeki —murmuró Rui con voz suave—. Te llevaré a casa, descuida.
Saeki levantó la mirada, sorprendido por la gentileza de Rui. A pesar de su actitud desafiante, en el fondo ansiaba ese consuelo que Rui le ofrecía. Juntos salieron a la noche lluviosa, compartiendo un silencio cómodo que hablaba más que mil palabras.
Al llegar a la casa de Saeki, Rui lo ayudó a recostarse en la cama, tumbando su cuerpo cansado y abatido. Sin previo aviso, Saeki atrapó la mano de Rui, deteniéndolo antes de que se marchara.
—No te vayas, Rui… quédate conmigo esta noche —susurró Saeki con un hilo de voz.
Los latidos de sus corazones se sincronizaron en un compás frenético, mientras el aire espeso de la habitación se cargaba de una tensión eléctrica. ¿Qué revelaciones guardaba la noche para estos dos jóvenes destinados a encontrarse en medio de la oscuridad?