En la oscuridad de la noche, Edda yacía temblando de miedo, su corazón retumbando en su pecho con fuerza. La sombra del desconocido lo perseguía, susurros siniestros aún resonaban en su mente. ¿Quién sería capaz de cometer semejante atrocidad? Los rostros de los cuatro hombres que había conocido aquella mañana volvían a él, cada uno con una máscara de inocencia perfectamente tallada. Sin embargo, Edda sabía que detrás de esas máscaras se escondían secretos oscuros, deseos retorcidos y traiciones incomprendidas.
Mientras su cuerpo temblaba de miedo, su mente ardía con la necesidad de descubrir la verdad detrás de aquellos ojos fríos y sonrisas falsas. ¿Sería el príncipe violento, con su mirada despiadada y sed de poder? ¿O tal vez el caballero noble, cuya armadura relucía con la luz de la luna, ocultaba un lado oscuro que nadie había visto antes?
Edda sabía que debía mantenerse firme, enfrentar sus propios miedos y descubrir al culpable antes de que fuera demasiado tarde. La segunda noche se acercaba, trayendo consigo más peligros, más sospechas y más secretos por desentrañar. Edda se juró a sí mismo que encontraría la verdad, aunque eso significara enfrentar a aquellos en quienes confiaba y descubrir la oscuridad que se escondía en lo más profundo de sus almas.