El silencio de la noche era interrumpido solo por el sonido de las hojas crujir bajo sus pies. Era un asesino, temido y solitario, que siempre cumplía con sus misiones sin titubear. Pero esta vez era diferente. Sus ojos se posaron en la torre del castillo, donde se encontraba la princesa, el objeto de su amor prohibido.
Una promesa sin cumplir lo atormentaba, una promesa hecha en otra vida, en otro tiempo. Se acercó sigilosamente a la torre, sin apartar la mirada de la ventana iluminada donde sabía que ella estaría. Recordaba el momento en que juraron amarse por siempre, antes de que sus destinos los separaran cruelmente.
El corazón del asesino latía con fuerza mientras escalaba la pared de la torre, dispuesto a cumplir su promesa, incluso si eso significaba enfrentarse a todo el reino. Al llegar a la ventana, se encontró con la princesa, su mirada llena de sorpresa y reconocimiento. En ese momento, supo que su amor era más fuerte que cualquier obstáculo, que juntos podrían enfrentar a todo un mundo que se oponía a su unión.
La princesa extendió la mano hacia él, rompiendo las barreras que los separaban. En ese instante, el asesino supo que su promesa finalmente sería cumplida, en esta vida o en la próxima. Juntos, se lanzaron hacia lo desconocido, decididos a desafiar al destino y forjar su propio camino hacia la felicidad.