Bajo la luz mortecina de la luna llena, Regina Rena avanzaba con determinación hacia la mansión de su padre, el hombre que la vendió como sacrificio seis años atrás. Con paso firme, la joven cuyo nombre había sido olvidado regresaba del abismo con sed de venganza. Sus ojos brillaban con una intensidad salvaje, despojándose de la máscara de inocencia que la había enmascarado durante tanto tiempo. Ahora, Rena Rubel se alzaba como un león feroz, listo para reclamar lo que le pertenecía y poner fin a la oscuridad que había consumido su alma.
En su pecho ardía un fuego insaciable, alimentado por la traición y el dolor. Su corazón latía al ritmo de la justicia que anhelaba, mientras su mente se llenaba de imágenes de aquellos que habían conspirado en su contra. Con cada paso, recordaba las palabras de su padre, prometiéndole una oportunidad de perdón que nunca llegó. Ahora, era ella quien otorgaba el perdón, un perdón que se manifestaba en la mirada implacable de quien había regresado del abismo para reclamar su derecho de nacimiento.
La mansión se alzaba imponente ante ella, sus paredes susurrando secretos y promesas rotas. Regina Rena entró con paso seguro, desafiando a los fantasmas del pasado que la acechaban en cada rincón. Con cada habitación recorrida, su determinación se fortalecía, su sed de justicia alimentando la llama que ardía en su interior. En frente del hombre que una vez llamó padre, Regina Rena levantó la cabeza con dignidad, sus ojos reflejando la tormenta que se avecinaba.
El tiempo de los perdones había pasado. Ahora, solo quedaba el eco de un nombre olvidado, resonando en la noche como un grito de libertad. Regina Rena había regresado, y nadie, ni siquiera su propio padre, podría detenerla en su búsqueda de redención.