En una noche oscura y tormentosa, Treissy se encontraba en el interior de una cueva, buscando desesperadamente una solución para reparar el reloj dorado que alguna vez la había llevado lejos de ese mundo de criaturas mitológicas. A su lado, Christian, el misterioso gato negro, la observaba con curiosidad, con sus ojos brillando en la penumbra.
—No queda mucho tiempo, Treissy —maulló Christian con voz grave—. Debemos encontrar la manera de arreglar el reloj antes de que sea demasiado tarde.
Treissy apretó con fuerza el libro que había pertenecido a su madre, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Recordaba las historias que su madre solía contarle sobre ese reloj y las aventuras que vivió junto a él. Sabía que debía encontrar una solución, no solo por ella, sino también por el legado de sus padres.
De repente, un destello de luz iluminó la cueva, revelando una figura misteriosa parada frente a ellos. Era una anciana con una mirada penetrante, sosteniendo en sus manos un objeto brillante.
—Tengo la solución para tu reloj, joven Treissy —dijo la anciana con voz suave pero firme—. Pero el precio a pagar será alto.
Treissy sintió el corazón latir con fuerza en su pecho, sabiendo que lo que estaba por venir cambiaría su destino para siempre. ¿Estaría dispuesta a sacrificarlo todo por volver a su mundo humano? La respuesta yacía en sus manos, junto con el destino de Christian y el legado de sus padres.