En medio de la noche helada de Navidad, Bell corría por el bosque nevado, su aliento entrecortado por el frío y el miedo que la impulsaban a seguir adelante. Sus mejillas, enrojecidas por el esfuerzo, estaban marcadas por lágrimas que se habían congelado en su piel. Había escapado de un hogar donde reinaba el abuso y la desesperanza, decidida a encontrar un nuevo comienzo en medio de la nada.
De repente, un crujido la hizo detenerse bruscamente. Antes de que pudiera reaccionar, una fuerza invisible la empujó hacia un precipicio cubierto de nieve. El impacto la dejó aturdida y herida, su cuerpo yacía ensangrentado entre la blancura inmaculada. En medio de su agonía, un destello cegador la envolvió, haciéndole creer que estaba delirando.
Pero no era una alucinación. Frente a ella, Santa Claus, con su traje rojo y barba blanca, se materializaba lentamente. Con una mirada compasiva, extendió su mano hacia la joven caída, ofreciéndole una oportunidad de redención y esperanza en esta noche tan especial. Bell sabía que su milagrosa salvación no sería fácil, pero estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío con tal de encontrar la paz que tanto anhelaba.