Bajo la luz mortecina de la luna llena, Shiina se encontraba sentada en su habitación, contemplando el reflejo de su rostro en el espejo. El eco de las palabras del joven vestido en kimono resonaba en su mente, recordándole una vez más la extraña situación en la que se encontraba. ¿Un dios? ¿Qué significaba eso? Todo en su vida parecía haber dado un giro inesperado desde ese encuentro en el parque.
El cuervo parlante posado en la repisa de la ventana lanzó una carcajada siniestra, como si supiera lo que pensaba. Shiina frunció el ceño, sintiendo el miedo retorcerse en su interior. Las heridas misteriosas en su piel le recordaban constantemente que algo sobrenatural estaba ocurriendo a su alrededor, algo que escapaba a toda lógica conocida.
De repente, una ráfaga de viento helado hizo temblar las cortinas, y una sombra se dibujó en la pared. Shiina contuvo el aliento, sintiendo la presencia del joven acercándose. Sus ojos se encontraron en el reflejo del espejo, y en ese instante, un destello de complicidad surgió entre ellos.
"Ya no puedes huir, Shiina", susurró el joven con voz suave pero firme. "Eres mía, y juntos desencadenaremos un poder que trascenderá las fronteras de este mundo".
El corazón de Shiina latía con fuerza, una mezcla de temor y curiosidad invadiendo su ser. ¿Qué depararía el destino para ella ahora que se había cruzado en el camino de este supuesto dios? Las estrellas brillaban en el cielo nocturno, observando silenciosas el inexorable giro de los hilos del destino.