El vestido colgaba en el escaparate de la tienda de antigüedades, emanando una aura de misterio y belleza sobrenatural. Nadie había visto a la anciana dueña de la tienda en años, y la leyenda urbana decía que el vestido era una prenda encantada que otorgaba una belleza sin igual a quien se atreviera a usarlo.
Teresa, una joven ambiciosa obsesionada con la idea de ser la más hermosa del baile de graduación, decidió probar suerte y adquirir el vestido. Desde el primer momento que se lo puso, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Sin embargo, el reflejo en el espejo no mentía: se veía deslumbrante, con una belleza tan intensa que parecía casi irreal.
Pero conforme se acercaba la noche del baile, Teresa comenzó a notar cambios extraños en su cuerpo. Su piel se volvía más pálida, sus ojos adquirían un brillo siniestro y su risa resonaba de manera discordante. Pronto, se dio cuenta de que el vestido no solo le daba belleza, sino que también le arrebataba su humanidad.
La frase "Hay que sufrir para ser bella" cobró un nuevo significado cuando Teresa se vio atrapada en una espiral de horror y tragedia, luchando por liberarse del vestido que amenazaba con consumir su alma por completo.