El sol se ponía lentamente sobre el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Misaki observaba a lo lejos la figura de su profesor de química, Yano sensei, mientras sus pensamientos se agolpaban en su mente. Se había enamorado perdidamente de él, pero desde que le confesó sus sentimientos, Yano sensei la había estado evitando.
Incapaz de soportar más la frialdad de su amado, Misaki decidió seguirlo una tarde después de clases. Lo vio entrar en un parque solitario y, con el corazón latiéndole con fuerza, lo siguió cautelosamente. Lo que descubrió en aquel lugar apartado cambió por completo su percepción de Yano sensei.
Entre los árboles, vio a su profesor arrodillado frente a una delicada tumba con lágrimas en los ojos. Un torbellino de emociones la invadió al comprender que Yano sensei no la ignoraba por desinterés, sino por dolor. Sin mediar palabra, Misaki se acercó a él y, con voz temblorosa, le tendió una mano en señal de apoyo.
Los ojos de Yano sensei se alzaron sorprendidos, reflejando una mezcla de tristeza y gratitud. En ese instante, en medio del atardecer dorado, dos almas heridas se encontraron y un nuevo capítulo en su historia de amor comenzó a escribirse.