Bajo la luz tenue de la luna, Zhang Kui se paró frente a la mansión de los malvados hermanos Li. Sus puños apretados reflejaban la determinación en su mirada, la sed de justicia que ardía en su interior. Recordó el día en que renació, en un nuevo cuerpo pero con el mismo espíritu valiente. Aquellos que osaban hacer daño a inocentes pagarían ante su espada, la espada de la virtud.
Los hermanos Li salieron de la mansión, burlones y confiados. Pero en un instante, la mirada de Zhang Kui se volvió fría como el acero. Sin una palabra, se abalanzó sobre ellos, sus movimientos fluidos como el agua y letales como el viento. La lucha fue intensa, cada golpe resonando en la noche callada, cada movimiento calculado con precisión mortal.
Finalmente, con un golpe certero, Zhang Kui derrotó a los hermanos Li. Se paró sobre sus cuerpos caídos, con la oscuridad de la venganza reflejada en sus ojos. Sabía que su viaje apenas comenzaba, que la maldad en la Gran Dinastía Dagan era mucho más profunda de lo que imaginaba. Pero él estaba listo, con su determinación inquebrantable y su espíritu indomable. Zhang Kui, el asesino de demonios y dioses, estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino hacia la redención.