Bajo la débil luz del laboratorio de ciencias, Shinji contuvo la respiración mientras levantaba la cámara, su pulso acelerado por el miedo que corría por sus venas. Cada clic resonaba en la sala desierta, creando una melodía de angustia y arrepentimiento. De repente, una sombra se materializó frente a él, dejando helado su corazón. Era Sagara, el fantasma que habitaba en aquel lugar lúgubre y prohibido.
Sin embargo, a medida que pasaban los días, Shinji descubrió que Sagara no era como los otros fantasmas: su presencia no lo atemorizaba, sino que despertaba una curiosidad que no podía ignorar. Entre conversaciones en penumbra y encuentros furtivos, una extraña conexión se forjó entre ambos, desafiando las barreras entre la vida y la muerte.
Pero la calma no duraría para siempre. Una noche, Sagara confesó a Shinji que su tiempo se agotaba, que su existencia estaba llegando a su fin. Desesperado por salvar al espíritu al que se había acostumbrado a ver, Shinji se lanzó a un frenesí de emociones encontradas. Y en un giro inesperado del destino, en un beso cargado de despedida, descubrió que tal vez la línea que separaba la vida y la muerte era más delgada de lo que jamás hubiera imaginado.