En el día de la boda de su esposo, Alejandro, Alexandra había regresado milagrosamente al pasado. Con determinación fría en sus ojos, observaba desde las sombras la ceremonia en la que una vez más se convertiría en Emperatriz. Sus labios curvaron en una sonrisa siniestra mientras recordaba las traiciones y la muerte injusta que había sufrido en su vida anterior.
Decidida a tomar venganza de una manera más dulce que la miel, Alexandra planeaba cada paso con precisión. Sabía que esta vez sería diferente, que no permitiría que su devoción se convirtiera en ruina. Se acercó lentamente a Alejandro, con una máscara de amor en su rostro, pero en su corazón ardía el fuego de la venganza.
Mientras la ceremonia continuaba, Alexandra sentía cómo la sed de venganza crecía en su interior. Sus ojos brillaban con determinación, lista para desencadenar una serie de eventos que cambiarían el destino de todos los presentes. La traición y la crueldad se entrelazaban en sus pensamientos, creando un plan maestro que llevaría a cabo sin piedad.
La música de la celebración resonaba en el aire, pero en el corazón de Alexandra solo había espacio para la venganza. Con cada paso que daba hacia el altar, su determinación se fortalecía. Esta vez, ella sería la que tuviera el control, la que escribiría su propio destino. La venganza sería su dulce victoria, más tentadora que la miel y más satisfactoria que cualquier otra cosa.