Las chicas gordas son feas, ese era el título de la pesadilla que estaba viviendo Tomoko. En su afán por conquistar a Akira-kun, el chico de sus sueños, decidió someterse a un radical cambio físico. La obsesión por la delgadez la llevó a extremos inimaginables, sacrificando su salud y su cordura en el proceso.
Cada día, Tomoko se miraba al espejo con ojos llenos de desesperación. Las voces en su cabeza le repetían una y otra vez lo repugnante que era su cuerpo, lo lejos que estaba de ser aceptada por Akira-kun. La comida se convirtió en su enemiga, la báscula en su juez implacable.
Pero a medida que su figura se volvía cada vez más demacrada, algo en el interior de Tomoko también se iba quebrando. La sonrisa forzada que mostraba a los demás ocultaba un torbellino de emociones oscuras y retorcidas. La obsesión se transformó en locura, y la locura en una sed de venganza incontrolable.
En una noche de luna llena, cuando Akira-kun finalmente mostró interés en ella, ya era demasiado tarde. La sonrisa cadavérica de Tomoko revelaba su verdadera naturaleza, su deseo retorcido de destruir a aquellos que la habían juzgado. Las chicas gordas son feas, pero la fealdad que habitaba en su interior era mucho más aterradora.