Cruz se encontraba de pie frente al imponente castillo del Rey Demonio, con el corazón latiéndole fuertemente en el pecho. Había llegado hasta ahí tras ser convocada por el mismísimo gobernante de Makai, el Inframundo. ¿Por qué el Rey Demonio quería ver a una humilde repostera como ella? La incertidumbre se apoderaba de sus pensamientos mientras las puertas del castillo se abrían lentamente.
Al entrar, Cruz se sorprendió al ver la majestuosidad de la sala del trono, decorada con elegancia siniestra. En el trono, sentado con una presencia imponente, estaba el Rey Demonio, con una mirada penetrante que parecía escudriñar su alma. Cruz se inclinó respetuosamente, temerosa pero decidida a enfrentar lo que viniera.
El Rey Demonio se puso de pie, caminando lentamente hacia Cruz con pasos pesados. Sin decir una palabra, extendió la mano y tomó uno de los Parfaits que ella misma había creado. Con un gesto majestuoso, probó el postre elaborado con tanto amor y dedicación.
Los segundos parecían eternos mientras el Rey Demonio degustaba el dulce manjar. Finalmente, una sonrisa se formó en sus labios, sorprendiendo a todos en la sala. "Cruz, has logrado lo que parecía imposible. Has conquistado mi paladar con tu talento", declaró el Rey Demonio, con un dejo de admiración en su voz.
Desde ese momento, la vida de Cruz dio un giro inesperado. No solo se ganó el respeto y la admiración de todos en Makai, sino que también descubrió un nuevo propósito en su reencarnación. ¿Qué otros desafíos y sorpresas le depararía su destino en el Inframundo?
El camino de Cruz como la pastelera del Rey Demonio acababa de comenzar, desatando una serie de eventos inimaginables que cambiarían para siempre el rumbo de Makai y el corazón del propio Rey Demonio.