El chico se llamaba Pablo, un joven tranquilo y aficionado a cuidar su piel. Su hermana, Susana, era lo opuesto: desordenada, despreocupada y siempre lista para una broma. Un día, Pablo decidió probar un nuevo producto para el cuidado de la piel que había comprado en línea. Lo dejó sobre la mesita de noche y se fue a la ducha. Al salir, notó que algo extraño había pasado. El producto no estaba donde lo dejó, en su lugar, vio a su hermana riendo a carcajadas con la "cosa" en la mano. Pero lo más sorprendente fue que la "cosa" ¡rodó sobre su cara!
Pablo gritó de horror y trató de detener a su hermana, pero ya era demasiado tarde. Susana, entre risas, le explicó que había leído mal las instrucciones y pensó que el producto era un rodillo facial, no una crema. Pablo no sabía si reír o llorar. Mientras intentaba quitarse el producto del rostro, su hermana seguía riendo sin control. A partir de ese día, cada vez que Pablo veía a su hermana, recordaba la vez que la "cosa" rodó sobre su cara y no podía evitar soltar una carcajada. La anécdota se convirtió en una leyenda familiar que siempre sacaba sonrisas en las cenas.