En medio del caos y la destrucción, dos soldados se encuentran cara a cara, el viento agitando sus cabellos empapados de sudor mientras el líquido carmesí de la batalla gotea de sus armas. Una mirada intensa atraviesa el humo de la guerra, un destello de reconocimiento en los ojos de ambas mujeres que se desvanecen rápidamente en la nada.
Una de ellas, con una cicatriz marcada en la mejilla, sostiene su espada con firmeza, el agarre tenso y los músculos tensos después de horas de combate. La otra, con el uniforme desgarrado pero la determinación brillando en sus ojos, levanta su mano en un gesto de tregua. Un instante de silencio tenso se cierne sobre el campo de batalla, solo interrumpido por el sonido ominoso de las bestias distantes.
En un momento de valentía inesperada, la soldado con la cicatriz baja lentamente su espada, sus ojos azules buscando el reflejo de una verdad inesperada en los oscuros orbes de su enemiga. Un susurro de complicidad se cuela entre ellas, un delicado hilo de conexión tejido en medio del caos de la guerra.
¿Podría el calor del combate convertirse en un fuego más intenso entre estas dos guerreras, o tan solo sería una llama efímera en la oscuridad de la batalla? Solo el tiempo lo dirá, mientras la guerra sigue sucediendo a su alrededor, implacable e indiferente a los secretos que yacen entre las sombras de la noche.