El reloj marcaba la medianoche cuando Valeria abrió los ojos, encontrándose en una celda oscura y fría, sin recordar quién era ni cómo había llegado allí. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al darse cuenta de que estaba en la Prisión Infernal, un lugar del que todos hablaban en susurros por su maldad insondable.
Decidió explorar aquel laberinto de pasillos retorcidos y habitaciones siniestras, donde el miedo se palpaba en el aire y las sombras ocultaban terrores indescriptibles. Cada paso que daba la acercaba más a la verdad de su encierro, desentrañando secretos oscuros y enfrentándose a criaturas demoníacas sedientas de su sufrimiento.
En medio de la desesperación y la angustia, Valeria descubrió que la única manera de sobrevivir en aquel infierno era abrazar su propia oscuridad, aceptar su lado más salvaje y luchar con uñas y dientes por su libertad. La muerte rondaba cada esquina, pero ella estaba determinada a resistir, aunque eso significara perderse en la locura que acechaba en las profundidades de la Prisión Infernal.