El eco de los gritos resonaba en las frías paredes de la instalación, envolviendo a Ie y Kazu en un terror paralizante. Habían logrado escapar de su celda, pero el laberinto de pasillos oscuros parecía no tener fin. A cada paso, se topaban con horrores indescriptibles: humanos desfigurados, sometidos a experimentos atroces, que ahora los acechaban con ojos vacíos y sedientos de sangre.
Ie apretó con fuerza la mano de Kazu, buscando en su mirada la chispa de esperanza que los mantenía vivos. Juntos, se adentraron en lo desconocido, persiguiendo la luz tenue que se filtraba por una puerta entreabierta. Pero lo que encontraron al otro lado los dejó sin aliento.
Una figura encapuchada se erguía frente a ellos, sosteniendo en sus manos un cuchillo ensangrentado y una sonrisa macabra. "Bienvenidos a mi humilde morada", murmuró con voz suave, pero cargada de malicia. Ie y Kazu intuían que habían caído en las garras de un enemigo aún más siniestro que los monstruos que poblaban aquel lugar infernal.
Con el corazón en un puño, se prepararon para lo peor, conscientes de que la verdadera lucha por su supervivencia apenas comenzaba. Juntos, debían enfrentar sus miedos más profundos y descubrir hasta dónde estaban dispuestos a llegar para escapar de aquel infierno en vida.