Bajo la luz tenue de la luna llena, Akihito Minami se encontraba acurrucado en un rincón oscuro, tratando de ocultarse de aquellos que ahora eran sus enemigos. Sus ojos cansados reflejaban el miedo y la desesperación que lo consumían desde que la misteriosa enfermedad lo había alcanzado. Cada noche, su cuerpo temblaba con violencia, luchando por resistirse a la transformación que se aproximaba.
A su lado, sus amigos le rodeaban en un círculo protector, listos para luchar contra cualquier amenaza que intentara separarlos. Sus rostros, bañados en sudor y determinación, reflejaban la profunda conexión que los unía, una conexión forjada en el fuego de la tragedia y el caos que los rodeaba.
Mientras los monstruos se acercaban, emitiendo gruñidos guturales y ojos hambrientos, Akihito sabía que el momento de la verdad se acercaba. Debía encontrar la fuerza dentro de sí mismo para resistir a la transformación, para mantener su humanidad intacta frente a la oscuridad que amenazaba con engullirlo. En ese momento de incertidumbre, una chispa de esperanza brilló en sus ojos, recordándole que, incluso en los mundos de los muertos, el amor y la amistad podían ser la luz que guiaría su camino hacia la salvación.